Los seres humanos sabemos cómo disimular nuestras emociones, y a lo largo del tiempo aprendemos como esconder o no dar a conocer del todo nuestros verdaderos sentimientos.Voy a tomar como ejemplo nuestra vida familiar. Cada vez que tenemos un problema en casa o con nuestros hermanos (as) viene la hora del “castigo”.
Muchos jóvenes lo toman como si fuera cualquier cosa y solo se limitan a decir un “ME DA IGUAL”. Sin embargo, como adolescente que soy, puedo decir que “no es que nos de igual” es solo que nuestro orgullo nos impulsa a esconder nuestros sentimientos, haciéndonos fuertes para no salir del todo heridas.
Nuestro orgullo es como nuestra armadura, la cual nos protege y cuida de las cosas malas que nos puedan pasar.
Eso se da porque la sociedad con sus “reglas” ha cambiado nuestra forma de ser radicalmente, ya que nos dice cuándo se nos está permitido llorar, enfadarnos, reírnos o emocionarnos.
Viviendo de esa manera nos hemos acostumbrado a retener nuestras lágrimas, a ocultarlas y no dejarlas salir por nada del mundo.
Nuestra coraza, muchas veces tiene puntos débiles, por los que se cuela el dolor.
Sin embargo, lo doloroso no es el golpe que nos dieron, sino la mano que tela dio, muchas veces la gran herida viene de aquellos que mayor te conocen y que supuestamente te quieren y nunca te traicionarían. ¡QUÉ MENTIRA!
Cada oportunidad es única, recuerda que el destino es uno, pero que los podemos cambiar.
Esto lo leí en un blog: “No quiero perderme ni un solo roce de labios, aunque me tenga que comer mil hostias para sentir el placer de saborearlo.”
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